CRÍTICA DE ‘PERDIENDO EL NORTE’, LA FÓRMULA DEL HUMOR

La taquilla ha encumbrado a ‘Perdiendo el norte’ como el título español más visto del año, acumulando 10,3 millones de recaudación y consolidando el auge de la nueva comedia española.

Nacho G. Velilla se convierte con su tercer largometraje en uno de los directores más taquilleros de nuestro cine, tras los éxitos de ‘Fuera de carta’ y ‘Que se mueran los feos’. El creador de ‘7 vidas’ o ‘Aída’ es poseedor de una incuestionable conexión con el gran público y, desde un punto de vista honesto y de industria, su cine es necesario.

Como en el caso de ‘Ocho apellidos vascos’, ‘Perdiendo el norte’ presenta una insignificante historia romántica como excusa para la retahíla de subtramas, situaciones y secundarios que cargan con el peso cómico del film.
Precisamente, la debilidad de su pareja protagonista -los inexpresivos Yon González y Blanca Suárez– es uno de los muchos lastres del film. Su historia de amor no engancha, evoluciona abruptamente y está culminada con un caótico desenlace.

Velilla hace uso de los códigos de la comedia a lo Billy Wilder, fallando en cada uno de ellos: diálogos sin chispa, secundarios sin fuerza e intrascendentes conflictos internos de sus protagonistas (especialmente Blanca Suárez).

‘Perdiendo el norte’ podría haber funcionado como sátira de la crisis actual si no hubiese tirado por el camino de lo trillado sin un resquicio de provocación, desprendiendo un aroma a manufactura y fórmula: crítica sociopolítica + colección de tópicos + pareja de moda + chico gracioso + Carmen Machi.

Los tres jóvenes protagonistas principales adolecen de una absoluta falta de carisma, y la presencia de José Sacristán no hace más que sepultarles (más si cabe) interpretativamente. La trama del veterano actor nos descubre un paralelismo entre la emigración actual y los tiempos en los que generaciones pasadas viajaron a Alemania en búsqueda de trabajo.
Mención estelar a un aséptico Julián López, un tipo que por alguna razón que desconozco suele hacer gracia. Miki Esparbé se salva de la quema en un rol pasadísimo de rosca pero, (¡oh, milagro!) con gracia, y que demuestra la versatilidad del talentoso actor.

Sorprende cómo entre la colección de tópicos no hay espacio para el ingenio: sería incapaz de recordar un gag interesante. Y no es por una cuestión de elitismo. Por ejemplo, defiendo el humor grueso de ‘8 apellidos vascos’ y sé reconocer su ingenio y varias escenas de incuestionable punch cómico. En aquella ocasión, los secundarios como Karra Elejalde o Carmen Machi tenían sus momentos de absoluta gloria, mientras que aquí vemos a unos desaprovechadísimos Javier Cámara y Carmen Machi soportando diálogos y personajes sin la menor comicidad.

PUNTUACIÓN: 2