EL CORTOMETRAJE DOCUMENTAL “ZONA WAO” CONTINÚA SU RECORRIDO CON LA MIRADA PUESTA EN LOS GOYA

“Zona Wao”, dirigido por Nagore Eceiza, ya puede verse en Filmin y continúa su recorrido con la mirada puesta en los Goya.

Este cortometraje documental conecta de forma directa con la urgencia de la crisis ambiental y social en territorios donde la violencia del extractivismo se cruza con la resistencia indígena. La producción cuenta con la colaboración de ONGs como Medicus Mundi Gipuzkoa y Álava y con el respaldo de la Agencia Vasca de Cooperación para el Desarrollo, reforzando su vocación de cine comprometido y transformador.

El filme propone un incisivo retrato de las consecuencias de la extracción petrolífera en la Amazonía ecuatoriana, señalando el papel de grandes compañías internacionales —entre ellas la española Repsol— y el impacto devastador de estas prácticas sobre las comunidades indígenas. Lejos del discurso explicativo, Zona Wao opta por una narrativa honesta y de riesgo creativo, donde convergen la denuncia ambiental, la memoria colectiva y la búsqueda de justicia social.

La directora define la película como una experiencia profundamente sensorial:

“Mi propuesta ha sido una inmersión sensorial en la vida cotidiana de una pequeña comunidad indígena de la Amazonía ecuatoriana que convive con un enemigo invisible, una amenaza silenciosa que se cierne sobre ellos sin que lleguen a comprender del todo su alcance”.

“Zona Wao” captura un instante frágil y decisivo: la disyuntiva entre un modo de vida ancestral que se desvanece y una “nueva cotidianidad para la que no están preparados, impuesta por la colonización de las petroleras”. La cámara observa sin invadir, registrando un presente que se resquebraja mientras la amenaza avanza de forma casi imperceptible.

Uno de los elementos más destacados del cortometraje es su construcción sonora, que refuerza la convivencia tensa entre la naturaleza y la industria extractiva. Como explica Eceiza:

“El cortometraje se mueve en una clave oscura, donde actos cotidianos de sus habitantes —pescar, cazar, jugar, trabajar— conviven con una música intrigante. El resultado es una experiencia que apela más a la intuición que a la explicación”.

A través de silencios, gestos mínimos y acciones aparentemente insignificantes, el espectador va descubriendo la magnitud de un conflicto oculto que atraviesa toda la comunidad. “Sentí que estaba siendo testigo del último eslabón de una cadena que se rompe, de un saber y una forma de habitar el mundo que pronto podrían volverse incomprensibles para nosotros”, añade la cineasta.

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