ALFREDO LANDA NOS CUENTA EN SUS MEMORIAS CÓMO FUNCIONA EL CINE ESPAÑOL EN CUANTO A LAS SUBVENCIONES Y LA PICARESCA DE LOS PRODUCTORES

Siguiendo con el tema de las subvenciones y la confirmación de que la mayoría de las productoras de cine español inflan los presupuestos de sus películas, no puedo dejar pasar otro comentario que el director Tinieblas González ha dejado en su perfil de Facebook sobre este tema, sacado de las memorias de Alfredo Landa.

Viendo los comentarios de mi artículo anterior, donde muchos critican que Tinieblas González y Paco Torres no son nadie para opinar sobre este tema, para mí su opinión es igual de válida que la de cualquier otro director de cine español, espero que con estas palabras del genial Alfredo Landa quedo todo, de una vez, más que claro:

“Para que entiendas por qué he perdido la ilusión te voy a contar cómo funciona el cine español. Aquí lo dice, en el periódico de hoy: «El beneficio industrial para el productor de una película es de un 15 por ciento declarado, con independencia de que llegue o no llegue a estrenarse en salas comerciales o de lo que recaude en ellas». Ésa es la madre del cordero, lo de la independencia. Tiene huevos lo de la independencia. En plata: que les da igual la película, porque el negocio ya lo han hecho. Cualquiera puede ser productor hoy día. Una película española digamos media cuesta alrededor de un millón y medio de euros. Luego, claro, están las que superan eso. El orfanato creo que costó cuatro y medio, y si va al mercado internacional ni te digo: Los otros se puso en diecisiete o dieciocho.

Pero hablemos de las «normales». Tú presentas tu proyecto a una comisión. Con un poco de suerte y algún que otro contacto, lo más seguro es que te lo aprueben. Luego te vas al ICAA y sabes que te puede caer una subvención que te cubre el 33 por ciento del presupuesto a condición de que recuperes en taquilla trescientos mil euros, unos cincuenta millones de pesetas. Esto vale tanto para una superproducción como para una película medianeja. No tiene sentido, pero es así. Naturalmente, hinchas la burra todo lo que puedes.
Tantos exteriores, una carrera de coches, tres helicópteros, ese actor que arrasa porque está en una serie y que luego, claro, no hará la película porque sigue estando en la serie, en fin, metes en el plan todas las locuras que se te ocurran.
Luego vas a las cadenas de televisión, de las que te pueden caer cuatrocientos mil euros, pongamos. Ahora los productores son ellos, sin las cadenas no puedes hacer nada, porque están obligadas por narices a meter el 5 por ciento de su facturación en un fondo de ayuda al cine español. Muy santo y muy bueno, pero esto no quiere decir que luego emitan las películas, porque saben que no las va a ver ni Cristo bendito, o sea que su interés en el asunto es nulo o tirando a nulo.
Si la película sale mala, qué se le va a hacer. Y si sale buena la echan a las tantísimas, porque salgan como salgan no creen en ellas, prefieren poner Escenas de matrimonio o cosas de esas en las que grita todo quisque.

¡Si a mí me han llegado a decir que prefieren emitir lo de Teletienda, que tiene más audiencia! Cualquier cosa tiene más audiencia que una película española. Meten el dinero ahí porque les obliga la ley, como lo meterían en una fábrica de chorizos, con la diferencia de que con lo de los chorizos pueden perder. Al principio, las cadenas producían directamente películas basadas en series suyas, pero acabaron comiéndoselas entre pan. Lo que sí empiezan a hacer ahora es concentrar ese presupuesto en una película grande, como Alatriste, en vez de diversificarlo, que tampoco es mala idea, mejor una cosa potente que veinte cositas.

Bueno, pues supongamos que has conseguido dinero de las cadenas, y de los distribuidores, de los que con suerte puedes sacar unos trescientos mil más. Cuando han aprobado tu proyecto y has levantado la producción, te dan el cartón de rodaje. Vas al ICO, presentas tus cuentas del Gran Capitán y te dan un crédito a un interés bajísimo. Si normalmente es del 15 por ciento, allí lo consigues por un 2 por ciento. Ruedas la película y estrenas. Estamos en las mismas, tampoco hay que ser un lince para darse cuenta de que la mayor parte de las películas españolas no duran ni dos semanas en cartel. Razones, las que quieras. Que si los exhibidores prefieren el cine americano y le dan al cine español las peores fechas y muy pocas salas, que si los productores no las promocionan…
O simplemente que el público no va porque no le interesa un grijo lo que le cuentan. Tú te preguntarás: ¿cómo llegas a recaudar en dos semanas esos trescientos mil euros de taquilla para recuperar el 33 por ciento del presupuesto? Pues es muy fácil, aunque haya gente que no se lo crea: comprando las entradas.
Que sí, hombre, que sí, que la mitad de los productores las compran. La tira de entradas compran. Hombre, evidentemente no van al Capitol y le dicen a la taquillera: «Póngame una ristra que aquí traigo diez millones».
Tienen sus canales, sus contactos con los exhibidores.

En España hay cinco mil cines, que a este paso pronto se quedarán en la mitad o menos, y se organiza un red de compra de butacas, en Oviedo, en Carcagente y en Villanueva de la Jurisdicción, qué sé yo. Hacerse, no sé exactamente cómo se hace, pero vaya, ellos mismos me lo han contado, es práctica habitualísima. Un negocio redondo. Y lo acojonante es que ni aun así despega el sector. Las televisiones, con lo del 5 por ciento, invirtieron el año pasado ochocientos millones para reactivar el cine español. ¿Cómo se explica entonces que no despegue, que no se capitalicen las empresas productoras? Es que no se explica.
Todo esto que te cuento antes no existía. Para mí, todo empezó a fastidiarse con la famosa Ley Miró. Creó unas comisiones que repartían los cartones de rodaje entre sus amigos. Y los productores de la vieja escuela, que eran los que hacían más películas, se quedaron fuera del reparto. Ya, ya, ya sé lo que me vas a decir.
Que antes tampoco era gloria bendita. Claro que no, no me chupo yo el dedo. Llevo la tira en esta profesión, y picaresca y mangantes ha habido siempre, y hecha la ley hecha la trampa. Existían las subvenciones oficiales y quien más piaba más sacaba, y se rodaba más cine español, pero se hacían películas de chichinabo para conseguir licencias de importación y de doblaje, lo que quieras, y todos las hemos hecho porque había que comer.

Pero también había unos señores, individuos, no colectivos, a los que les gustaba el cine y se jugaban el dinero. Estaban los que producían mierda, de acuerdo, y cinco, diez, quince personas que creían en sus productos y arriesgaban y los apoyaban porque querían hacer las cosas bien. Las promocionaban con toda su alma. Si la película funcionaba, ganaban; si no, perdían la camisa. Ése era el juego. Ahora todo eso da igual. Hoy día no se hace una película que pueda perder, pongamos, ni un 10 por ciento”.