ESTRENO DE LA PELÍCULA “EL PERDIDO”, LA HISTORIA DE UN HOMBRE QUE DECIDIÓ ABANDONAR LA CIVILIZACIÓN Y VIVIR EN LOS MONTES DE GIRONA BASÁNDOSE EN LA SUPERVIVENCIA

perdido
El próximo dos de diciembre se estrenará en cines la película ‘El perdido (El perdut)’, dirigida por Christophe Farnarier (El Somni, La Primavera) con guión de Pablo Remón y Daniel Remóny; y protagonizada por Adri Miserachs, actor novel amigo del director. La película arrasó en la pasada edición del festival de Málaga (sección ZonaZine) haciéndose con los premios a Mejor Película, Director y Actor.

Se trata de una historia de aventuras y supervivencia inspirada en un caso real ocurrido en Jaén en los años 90. Martí, un hombre tímido y retraído decide abandonar su moto y adentrarse en los montes de Girona tras no ser capaz de acabar con su vida. Martí desaparece durante años emprendiendo una vida de supervivencia alejada de la civilización y convirtiéndose en una leyenda en la zona.

Producen DDM Visual, Cosmographe Productions y Pantalla Partida con colaboración de TV3. Os dejamos con la sinopsis de ‘El perdido’:

En Febrero de 1994, en la comarca del Ripollès (Girona), un hombre desaparece sin motivo. Martí es un hombre normal; no es un loco ni un muerto de hambre, sólo alguien tímido y retraído. Una mañana conduce su moto alejándose del pueblo. La deja a los pies de un roble, junto a su cartera y una gorra, y se pierde en el monte. Lleva una escopeta de caza con la que intenta quitarse la vida, pero no tiene valor. Tampoco se atreve a volver al pueblo y pasa la noche a la intemperie, en los campos que conoce desde pequeño. No vuelve al día siguiente, ni al siguiente, y comienza una vida de supervivencia en el monte.
Durante las primeras semanas se alimenta de madreselva y frutos silvestres, pero pronto desfallece. Caza liebres y perdices hasta que se le acaban las balas; entonces no le queda más remedio que rastrear los vertederos de la zona. La vida a la intemperie y la mala alimentación están a punto de matarle, cuando encuentra refugio en una cueva escondida en un desfiladero, a orillas del río. Allí permanece medio año, escondido como un animal o un hombre prehistórico, construyendo sus herramientas con madera y piedra. Come frutos, raíces; conserva alguna liebre en sal. Se cubre con ropas de rafia y plásticos. Duerme y conserva energía, esperando que llegue la primavera, hasta que un pastor encuentra el escondrijo por casualidad. Un perro ha olisqueado su rastro a la entrada de la cueva. Cuando llegan los Mossos d’Esquadra, él se ha escapado y contempla la escena desde un cerro cercano. Después vuelve a perderse en el bosque.
Pasan los años y Martí se convierte en una leyenda en la zona. Lo llaman “El Perdut”, el perdido. Muchos lo consideran un mito, una invención. Los robos en los huertos de los alrededores del pueblo son habituales: “Será cosa del perdido”, dicen los mayores, como si tal cosa. Se ha asentado en el sobretecho de una masía en ruinas, que ha impermeabilizado con bolsas de plástico. Ha llevado hasta allí un colchón que encontró en el vertedero. Ahora conoce a la perfección el campo y sus recursos, incluso tiene un pequeño huerto.
En la base de un pilar de un puente encuentra el escondite perfecto. La preparación, siempre de noche, le lleva meses. Pero si hay algo que Martí tiene es tiempo. Vacía y limpia el bloque de hormigón, de cuatro por siete metros cuadrados. Lo acondiciona y traslada sus enseres, que son cada vez más. Finalmente se instala con kilos de revistas y cientos de conservas, una bomba de agua, un ventilador construido por él mismo y hasta una radio, que conecta a la batería de un tractor. Vive su vida solo en el río, leyendo, cazando, mejorando su “casa”; cada vez más humano, menos salvaje. Así pasan los años; en los cortijos Martí roba comida, herramientas, revistas con las que pasar el rato, fotos de extraños que le acompañan en su día a día de soledad. Es el señor del bosque; un fantasma que duerme en mitad del valle, en medio de todos, escondido debajo de un puente abandonado.
Una noche de Julio del 2008, Martí se cuela en una casa y se queda más tiempo que de costumbre. Allí se asea, descansa, come. Pone la tele de fondo, mientras se hace una tortilla. Después se recorta la barba, se afeita y busca unas ropas que le valgan. Si alguien le viera por una ventana, parecería el dueño de la masía. Vestido con esas ropas que no son suyas, y sin nada más, apaga las luces de la casa y echa a andar hacia el pueblo cercano. Entra en el primer bar que ve; sus movimientos son aún torpes, poco naturales. Hace catorce años que no cruza una palabra con un ser humano; no sabe qué decir ni qué hacer. Sin embargo, es capaz de mirar a la camarera y pedir un plato de cuchara: butifarra con monchetas, su plato favorito. Cena con gusto y deja encima de la mesa un billete de mil pesetas, lo único que tenía cuando se marchó.