CRITICA DE ‘HISTORIA DE LA MEVA MORT’, DE ALBERT SERRA.

Me alegra el hecho de que un trabajo como ‘Historia de la meva mort’ se hiciera con el Premio a Mejor película (Leopardo de Oro) en el Festival de Locarno y se haya paseado por multitud de grandes eventos cinematográficos internacionales como el MoMA de Nueva York.
Se trata de una obra compleja, creada desde la absoluta libertad y en los márgenes académicos, propia sólo una personalidad excéntrica y con capacidad para sudársela totalmente el “qué dirán” como la del director Albert Serra.

‘Historia de mi muerte’ narra la transición del siglo XVIII a los principios del siglo XIX, un cambio social, político y cultural que el propio protagonista del film vaticina al inicio y define como la “gran revolución”.
Para ello, recurre al ocaso de un Casanova que representa el racionalismo de su época. Aún en su vejez, este personaje histórico mantiene su pasión por lo sensorial y los placeres. Será entonces cuando irrumpa la figura de Drácula, impregnando su entorno de oscuridad, irracionalidad y opresión propia del Romanticismo.

Se trata de un tema interesante para el que la película se muestra impecable en cuanto a ambientación, gozando de un incuestionable nivel escénico. Visualmente es casi un cuadro romántico continuo; un paseo por una pinacoteca con bellas imágenes (magnífico el plano secuencia desde un carro en una travesía por el bosque) en las que el uso cromático y la luz forma parte de la narración.
Personalmente -y tal y como han lamentado varios nuestros lectores -, considero demencial el hecho de que su trabajo fotográfico o de vestuario no se hayan visto reconocidos con una nominación en Premios Goya. Esto demuestra una preocupante falta de rigor en los académicos, sobre todo cuando se trata de apartados técnicos.

Vicenç Altaió hace un trabajo descomunal que obligatoriamente debe ser disfrutado en su versión original en catalán. Cobra especial mérito si valoramos el hecho de que el actor carga con un personaje al que Serra defenestra absolutamente, siendo el máximo representante de las muchas provocaciones del director -regalito coprófago incluido- hacia el espectador y convirtiéndolo casi en un ser repugnante, obsceno, capaz de desquiciarnos con su verborrea incesante mientras come compulsivamente una granada.

No crean que esta es la típica película autoral plagada de largos silencios. El film posee un texto extensísimo y denso, plagado de referencias literarias y filosóficas; en ocasiones apasionante y en demasiadas insufrible.
Por ello, el visionado requiere un gran esfuerzo y aun así puede llegar fácilmente a desquiciar ante momentos injustificadamente interminables, que dan paso a otros ocurrentes y de gran comicidad. Esos momentos de inspiración junto a otros estímulos evitan que uno pueda abandonar un visionado salpicado de continuas genialidades.

Merece la pena llegar hasta su acertado final, ya que tiene recompensa.

PUNTUACIÓN: 6