LAS 30 MEJORES PELÍCULAS DEL CINE ESPAÑOL EN ESTA PRIMERA MITAD DEL AÑO 2025 (Y POR QUÉ NO TE LAS PUEDES PERDER)

En un año excepcional para el cine nacional, las salas españolas han acogido una muestra poderosa de talento, diversidad y éxito comercial. Esta selección de los 30 mejores estrenos españoles hasta junio de 2025 revela una tendencia prometedora: el 43 % de las películas han sido dirigidas por mujeres, consolidando una nueva etapa de creatividad femenina en la industria.

La lista también destaca cinco documentales que han dejado huella y cinco títulos que han superado el millón de euros en taquilla. Este recorrido no solo celebra la calidad del cine español actual, sino también su capacidad de emocionar, informar y conectar con todo tipo de audiencias.

Aquí tenéis la lista ordenada alfabéticamente:

1- Almudena, de Azucena Rodríguez:

“La pasión escoge cuidadosamente a sus víctimas”, decía Almudena Grandes. Y Azucena Rodríguez, sin duda, ha sido una de las elegidas. La directora se embarca —o quizá es arrastrada— en la tarea de retratar a una de las figuras más lúcidas y comprometidas de nuestra cultura reciente. Este documental dibuja un perfil íntimo de la escritora madrileña, fallecida en 2021, a través de su propia voz. Grandes desgrana su manera de mirar el mundo, de vivir con intensidad y de escribir con hondura, en un testimonio que abarca décadas de pensamiento, pasión y oficio literario. Una crónica emotiva, sincera y reveladora que invita a redescubrir su legado desde la verdad más honda: la de sus propias palabras.

2- Bodegón con fantasmas, de Enrique Buleo:

Mucho se ha dicho ya sobre la ópera prima de Enrique Buleo: una fabulosa comedia rural que se ríe de los prejuicios, un fresco costumbrista con alma, divertida, sorprendente y cercana. A esta cascada de elogios cabe sumar su audaz acercamiento a otras formas de narrar y su hipnótica capacidad para mantener al espectador atrapado en un presente continuo frente a la pantalla. Es un tipo de cine al que nuestra filmografía se aproxima tímidamente, pero con pasos firmes, como lo demuestran títulos recientes como Espíritu sagrado, Destello bravío o El año del descubrimiento. La pregunta que queda flotando es:
¿qué impulsa a tantos creadores de nuestro país a elegir estas narrativas tan singulares y, sobre todo, por qué se nos dan tan bien? Una película distinta. Una mirada que deja huella.

3- Daniela forever, de Nacho Vigalondo:

Daniela Forever es un suspiro prolongado entre los escombros del amor contemporáneo. Nacho Vigalondo, ese romántico terminal del cine español, regresa con una fábula que hurga en la herida emocional de quienes aún creen que amar es alterar el tiempo. Leve en su impacto comercial pero inmensa en su honestidad, la película es un acto de fe: egoísta, manipulado por la pérdida, pero profundamente sincero. Con ecos de Bécquer, Dick y Aranda, el filme transforma los sueños en celuloide y la nostalgia en arquitectura narrativa.

Henry Golding y Beatrice Grannò encarnan la promesa rota de un amor tan idealizado como irrecuperable. Vigalondo no solo dirige, sino que cincela emociones, evocando con ironía y fervor una ciencia ficción melancólica que habla de nosotros sin nombrarnos. Daniela Forever no intenta conquistar al público; lo seduce, lo despide y le deja, como todo gran amor, una herida hermosa. Una película que no se olvida. Nunca. Si alguna vez has estado enamorado y no te gusta esta película levanto mi bastón ante ti y te digo: No puedes pasar.

4- El secreto del Orfebre, de Olga Osorio:

El secreto del orfebre confirma el giro valiente de Mario Casas como actor. Tras esta y Muy lejos, queda claro que ha roto con etiquetas pasadas. Con una puesta en escena elegante y sensibilidad contenida, la película conecta con quienes valoran lo íntimo y lo emocional sin excesos. Su mirada al pasado es serena, no nostálgica ni doliente, y su final deja una huella reflexiva. Destaca Zoe Bonafonte, inmensa, en una cinta que enriquece el panorama nacional apostando por narrativas personales. Nostromo Pictures acierta de nuevo al apostar por proyectos distintos, ejecutados con elegancia. La música de Lau Nau, bella y atmosférica, envuelve cada plano como una caricia sonora, mientras los rostros de Casas, Jenner y Bonafonte cargan de verdad la pantalla. Una obra delicada, sobria y enriquecedora dispuesta a ocupar un lugar en nuestra filmografía con el paso del tiempo.

5- Fin de fiesta, de Elena Manrique:

Imaginemos, solo por un instante, que Fin de fiesta hubiese decidido lanzarse al vacío, romper su vajilla narrativa y mancharse las manos con algo más que una luz impecable y un casting en perfecta comunión espiritual. Pero no. Aquí nadie levanta la voz ni se sale del marco —cine español en modo “no molestar”. ¿Y pese a eso está en esta lista? Sí, y con razón: su honesta modestia conmueve. Porque hay actrices que se entienden con una ceja, un salón tan impecable que pide Airbnb y una puesta en escena que susurra: “no hay sorpresas, pero qué bien estamos iluminados”. No es cine que agite, pero sí que incita. No va a cambiar el rumbo de la historia, pero nos recuerda algo básico: si no puedes volverte Parásito, al menos asegúrate de que tu abismo esté bien amueblado. Con gusto, aunque sin vértigo.

6- Hamburgo, de Lino Escalera:

Lino Escalera entrega una pieza sombría que flirtea con lo noir y el cine social, pero es Ioana Bugarin quien hace de Hamburgo una experiencia perturbadora y necesaria. Su Alina es espectro y carne, un personaje que se mueve por la pantalla como un suspiro atrapado entre muros mugrientos y deseos ajenos. Bugarin no actúa: se disuelve. Cada gesto, cada mirada rota en ese prostíbulo, es una tesis sobre la fragilidad humana. Roger Casamajor impone una presencia quirúrgica, y Jaime Llorente cumple, pero es Ioana quien retiene los ecos del relato. Escalera sugiere más de lo que explora, y eso quizá sea su pecado. Hamburgo no aspira al retrato colectivo, sino al grito íntimo. En Bugarin, ese grito es poema. No hay redención. Solo esta galería de ojos vencidos que, por un instante, nos obliga a mirar.

7- La buena letra, de Celia Rico:

La buena letra, de Celia Rico, me ha desmontado. Pocas veces me siento tan rendido ante una obra que respira cine en cada plano. Es una película que no grita, susurra. El ascetismo narrativo, esa poda precisa de gestos y palabras, brota en forma de poesía muda que cala hondo. El polvo sobre la madera, las paredes que parecen temblar con el recuerdo, la máquina de coser como testigo de lo perdido… Todo ello construye un universo telúrico, conmovedor. Rico camina por el melodrama con una delicadeza que roza lo milagroso. No busca el aplauso fácil, sino la emoción verdadera. En Málaga, el verdadero premio estaba entre Sorda y esta joya. Pienso en Vicente Aranda, y se me eriza la piel: cuánto hubiera celebrado esta sensibilidad. Celia Rico no filma, compone pequeñassinfonías visuales. Junto a Sirat, la película que mejor maneja el lenguaje cinematográfico. Todo es puro cine. Qué suerte la nuestra de tenerte, Celia.

8- La furgo, de Eloy Calvo:

Pol López brilla en el papel de Os, un padre separado y manitas en paro que vive en su furgoneta, en el debut en la ficción de Eloy Calvo. Adaptación del cómic homónimo de Martín Tognola y Ramón Pardina —este último también guionista junto a Mercè Sarrias—, el filme ofrece una mirada honesta y despojada de moralismo sobre la precariedad. Calvo se aleja de tópicos para construir una historia cercana, realista y emotiva, que invita al espectador a replantearse sus prejuicios y empatizar. Las secuencias animadas no solo conectan con el material original, sino que funcionan como escapes emocionales. Os no es una caricatura de la marginalidad, sino un personaje complejo, vulnerable y digno. Su historia conmueve no por lástima, sino por humanidad. Porque a veces no basta con levantarse: también hace falta saber pedir ayuda.

9- La furia, de Gemma Blasco:

Si Hamburgo fue testimonio del despliegue emocional de Ioana Bugarin, La furia nos obliga a hablar de Gemma Blasco y de una Ángela Cervantes contenida, certera. El segundo largometraje de Blasco transforma el cuerpo de Alex en símbolo, en herida abierta que se arrastra por una narrativa fragmentada. La cámara, nerviosa y opresiva, disecciona el sufrimiento mientras la ficción se convierte en el escenario del trauma. La audición de Alex para interpretar a Medea —una mujer que asesina por dolor— condensa el motivo central: ¿qué lugar ocupa la ficción cuando se enfrenta al horror real? Ana Torrent, en su aparición fugaz y deslumbrante, lo dice todo: “En la ficción mentimos, asesinamos… luego no cargamos con ello.” Blasco no contradice esa idea, la celebra. Pero La furia nunca ofrece consuelo. Es un ritual visual de dolor, bello y cruel, incómodo y necesario.

10- Las novias del sur, de Elena López Riera:

Elena López Riera se aleja del gesto autoral para ceder el espacio, con generosidad y rigor, a la voz de las mujeres que forman su genealogía afectiva. Las novias del sur es menos un documental que una resonancia íntima, un tejido de memorias fragmentadas que componen una cartografía política del deseo, del cuerpo, de la maternidad y del silencio. Riera entiende que el archivo no es accesorio: es testimonio, es material vivo, es resistencia. Su mediometraje se inscribe en un feminismo que no pretende pontificar sino pensar con otros cuerpos, otras edades, otras luces. Las imágenes no buscan epatar; buscan permanecer, escuchar, reparar. En la aparente modestia formal hay una radicalidad ética: este cine no se mira el ombligo, mira hacia atrás sin nostalgia y hacia adelante sin ingenuidad. López Riera construye un cine de las ausencias que, en su contención, propone una reescritura de lo femenino como posibilidad. Y eso es urgente.

Por Eduardo Parra

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