CRÍTICA PELÍCULA “EL OLIVO”: UN VIAJE Y UNA BÚSQUEDA, LA DEL SENTIDO DE LA VIDA

Un árbol, unido a la tierra mediante sus raíces es el símbolo que utiliza Icíar Bollaín en “El olivo” como metáfora de la herencia vital que nos dejan nuestros antecesores, que nos pertenece de una manera emocional, pero sobre todo es fruto de la naturaleza, su dueña real.

Tal y como los seres humanos hemos transgredido la tierra, quebrantando su proceso para beneficios económicos, la crisis económica golpeando duro al hogar de miles de familias ha intensificado ese interés por encima de la voluntad de quienes la han labrado, han vivido de ella y la entienden como su propia existencia.

Con estos ingredientes, la directora nos propone una fábula humanista, en la que una joven, intentará llevar a cabo un plan para devolver a su abuelo su legado y su “memoria” perdida. En este afán rebelde y henchido de cariño, toda su fuerza le hará embarcarse sin muchas posibilidades de éxito pero con un arrojo sin límites. A partir de ahí, el argumento sirve de excusa para hablarnos de la juventud, del proceso hacia la madurez y de la determinación que otorga la inocencia en el personaje de Alma, la protagonista. También nos hablará de la desilusión anímica que contagia a las personas tras el fracaso, del bloqueo que supone el impacto de esa frustración y de la huida hacia delante de los que no tienen nada que perder y son capaces de embarcarse a la desesperada por muy absurdo que parezca el intento.

De esta manera, el film comienza con un tono claramente emotivo que no disimula en absoluto, brotando en flashbacks precisos y bellísimos que hacen que simpatices con los personajes inmediatamente, y lo mezcla con píldoras de humor que alivian el conjunto y funcionan a la perfección, como un soplo de aire fresco. Después irá sembrando las bases del argumento aunque la moraleja se refleja demasiado evidente, y ese tono algo fabulesco resta parte de la naturalidad conseguida, haciendo que la película no fluya de la misma manera acusando demasiado sus intenciones. En el guión de Paul Laverty hay muchos temas que conviven correctamente, pero cuanto más se aleja de la idea principal de la relación entre el abuelo y la nieta, más se nota la instancia de la lectura social, sobre todo en el personaje del tío de Alma, al que apodan Alcachofa.

Icíar Bollaín, una directora que siempre se ha interesado por temas de los que hace falta hablar, de una manera inteligente y consecuente logra en “El olivo” algunas de las escenas más poderosas de su filmografía. Desde, “Hola, ¿estás sola?, no me había encontrado con una Bollaín tan luminosa. La secuencia de la niña en el olivo está rodada de manera excelente y posee una fuerza muy elocuente. La delicada música de Pascal Gaigne está llena de magia y favorece la sensibilidad de la película de manera muy significativa.

Con una frescura y un rostro lleno de luz, Anna Castillo es un descubrimiento excepcional, llena de vehemencia cada uno de sus parlamentos y su mirada se adueña la pantalla en cada fotograma palpitando en su personaje, casi recuerda en algunos momentos a la Icíar Bollaín actriz, aquella que en su día fue descubierta por Víctor Erice en “El sur”. La realizadora sigue prestando más atención y dando más forma, matices y aristas a los personajes femeninos que a los masculinos, así Javier Gutiérrez, afronta un personaje difícil, más unidimensional y su interpretación resulta muy intensa aunque con grandes momentos en los que da todo de sí mismo. Otra de las revelaciones de la película es Manuel Cucala, su otrora ternura, sus arrugas y su rostro impenetrable forman gran parte de las virtudes del film, nos cuenta incluso más que las palabras.

Es un viaje y una búsqueda, la del sentido de la vida, la de las cosas que creíste perder, la de la nostalgia de lo que fue y quizás ya no será, la del criterio personal por encima de lo que creemos establecido y sobre todo la intención de intentarlo aunque todo a tu alrededor te haga pensar que no vas a conseguirlo.

Nota: 7,5.

Chema López