CRÍTICA DE “ARREBATO” DE IVÁN ZULUETA, EL CINE CONVERTIDO EN DROGA

arrebato pareja

Sin duda, “Arrebato” es uno de los hitos de nuestro cine y una indiscutible obra de culto. Una cosa bizarra y extasiada que personalmente me arrebata y consume en cada una de las revisiones que hago con el paso de los años.

El otro día vi una de las últimas entrevistas a Iván Zulueta, y no daba crédito a lo que estaba contemplando: ¡Zulueta se había convertido en el personaje de Will More! Hablaba con la misma decadencia, el mismo gesto y expresión atormentada. Muchas cosas de las que narraba no parecían tener sentido.

Decía que al acabar “Arrebato” se sintió agarrotado, sin poder hacer nada más durante un tiempo. Hasta que una Polaroid le rescató de su autismo creativo -acompañado de heroína-. Fue la única forma de volver a crear imágenes. Jamás pudo llegar a hacer otra película.

Su sueño tras Arrebato era seguir haciendo cine. Simplemente fue incapaz.
Como el personaje de More, Zulueta parecía horrorizado por la crueldad de la vejez. Una de las peores consecuencias fue la de acabar siendo un pésimo espectador de cine, incapaz de disfrutar de una obra y que incluso llegaba a dormirse viendo una película; algo inconcebible y lamentable -según él-. Un genio.

No deja de ser una cruel paradoja del destino el hecho de que el paso del tiempo robara lo que tan bien evoca en este film: el arrebato de cuando contemplas una obra de arte o simple objeto extasiado, sin poder respirar, con agonía absorta y expectante. Eso que le ocurría en su niñez con un simple cómic -por ello, los momentos de arrebato del personaje están acompañados de una base musical evocadoramente infantil-.

El temido paso del tiempo es un enemigo que nos convierte en unos buscadores constantes de esa emoción (arrebato), aunque sea a través de la heroína. Y ahí surge la terrible paradoja: la traidora heroína te destruye y envejece.
Cabe preguntarse, ¿puede el cine convertirse en una droga aún más poderosa? Tanto Poncela-Roth como More sucumben y destrozan su vida de igual modo, pero ante distinta droga: heroína y cine.

A su ya de por sí críptico metalenguaje de tono onírico -antes de que se “inventara” a Lynch-, contribuye una atmósfera de imperfección, tanto en las imágenes como en el sonido. Esto se debe en parte a la escasez de medios, pero también fue algo intencionado, fruto de la caótica personalidad de su autor y de una estética naif de la imperfección y el “feísmo” muy propia de la filosofía modernista de “la Movida”. En cualquier caso, esto le aporta romanticismo y encanto.

Pero magistralmente, entre tanto caos aparente todo guarda una coherencia e intencionalidad.
La cantidad de simbolismos en cada detalle logran que cada visionado nos regale un descubrimiento, y sin duda esto hace las delicias de cinéfagos y estudiantes de todo el mundo.

También se desprenden numerosas referencias que abarcan desde el género de terror -su género favorito-, con Nosferatu y Allan Poe de clara inspiración; hasta el mundo Disney y grandes genios como Buñuel.

Tras conocer los entresijos del rodaje, entendemos muchas más cosas. Zulueta tuvo que ajustarse a unas opresivas condiciones valiéndose de toda su desbordante creatividad, muriendo en cada plano, sin dormir; obsesionado por la puesta en escena. Vampirizado y absorbido por la cámara.
Como a su -¿alter ego?- protagonista, cada fotograma le acerca irremediablemente al final, probablemente la muerte, en una clara referencia a la obra de Balzac La piel de zapa. Un final magistral y con múltiples interpretaciones.

Invito a quien no lo haya hecho a descubrir esta moderna e irrepetible obra. Nadie nos ha narrado tan bien hasta qué punto el cine engancha.

PUNTUACIÓN: 10