CRÍTICA “LAS HERIDAS DEL VIENTO”: A MEDIO CAMINO ENTRE LAS TABLAS DEL TEATRO Y LA PANTALLA

Las heridas del viento es la adaptación cinematográfica de la obra teatral homónima cuyo autor, Juan Carlos Rubio, es también director y guionista de la película. Este filme, ha sorprendido a todos los que lo hemos visto, conociéramos o no la versión teatral; lo que no sabemos es si todas las sorpresas han sido para bien o para mal. Lo cierto es que no se trata de una película convencional, algo que es posible que tenga un efecto negativo en la taquilla, pero sí es, por el contrario, una historia original y bien contada.

El protagonista es David, interpretado por Daniel Muriel, un joven que,ante el fallecimiento de su padre se ve obligado a salir de la burbuja de comodidad y despreocupación en la que parece haber vivido hasta el momento. Dispuesto a pasar página se enfrenta a vaciar el despacho de su padre. Es entonces, mientras embala sus cosas, cuando comienza a preguntarse si verdaderamente conoció a su padre tal como era. Esta duda se acrecienta cuando, en mitad de la limpieza, encuentra escondidas bajo llave unas cartas de amor dirigidas todas a su progenitor. David no puede soportar la curiosidad y decide averiguar quién es el remitente de las cartas y ver que puede éste contarle de su padre.

Es el punto de arranque para una historia cuya adaptación a la gran pantalla no le hace perder ni un ápice de teatralidad. Para el gusto o desagrado del público, el peso de unos diálogos absolutamente dramáticos inunda el film desde el principio hasta el final. Conversaciones entre David y Juan (KitiMánver), el enamorado de su padre, plagadas de disertaciones sobre la verdad y la mentira, el amor y las relaciones familiares, las obsesiones sentimentales etc. El peso de la película recae así sobre los dos únicos actores, que realizan un esfuerzo extraordinario por sostener dignamente los, en ocasiones, largos monólogos que en muchos momentos tienen que defender con encuadres en primer plano y sin cortes.

Desde el apartado visual, la fotografía en blanco y negro que realiza Roberto Fernández añade aún más peso a la obra.S in embargo, la puesta en escena (elegante) y el montaje (sobrio pero funcional) aportan cierta ligereza y dinamismo a la narración, que adquiere así interés como adaptación cinematográfica. El baile entre la cámara, el espacio y el personaje de Juan en la escena en la que canta ante un pequeño público en su propia casa se convierte, así, en una de las más bellas del largometraje. Mucho aporta a la escena, y a la banda sonora en su conjunto, la canción italiana de Mina, que no podía suponer mejor elección.

En otros momentos, la utilización inteligente del espacio de teatro en el que se llevó a cabo el rodaje, otorga carácter a situaciones vividas por los personajes, complementando los diálogos y la propia interpretación. Nada falta en una puesta en escena discreta, pero tampoco sobra nada: el escritorio, el sofá, las columnas, el patio de butacas, los objetos y hasta los puntos de luz… porque cada elemento adquiere sentido en esta pequeña película a medio camino entre las tablas del teatro y la pantalla.

Nota El Blog de Cine Español: 6

Débora Madrid

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