CRÍTICA DE “CANÍBAL” (MANUEL MARTÍN CUENCA): EL AMOR DEL MONSTRUO

Con una sólida e interesante carrera que combina ficción y documental, el director Manuel Martín Cuenca ha presentado Caníbal, una de las películas más esperadas de la Sección Oficial de San Sebastián y su obra más ambiciosa y redonda hasta el momento, también proyectada en el pasado Festival de Toronto.

Carlos, interpretado por un excelente Antonio de la Torre -y ya claro candidato al premio de interpretación-, es el sastre más prestigioso de Granada, pero también es un asesino en la sombra que ejecuta y se come a sus elegidas víctimas con meticulosidad, exquisitez y orden. Un ritual casi perfecto y fascinante que se repite con cada nueva víctima y que le permite no levantar ni una mínima sospecha. En su frigorífico sólo hay restos humanos cuidadosamente elegidos, envueltos y ordenados. Pero Carlos no tiene ni un remordimiento, ni culpa, ni parece ser consciente de lo que hace. Hasta que Nina (la actriz Olimpia Melinte en un papel doble), una inmigrante rumana, aparece en su vida para trastocarla y cambiarla por completo. Por ella, conoce la verdadera naturaleza de sus actos y surge, por primera vez, el amor.

Caníbal está concebida desde la exquisitez y la belleza pero no cae en ningún momento en el esteticismo vacío. Cada plano es casi una composición artística que actúa de contrapunto al horror que también aparece en la pantalla y nos da información sobre el mundo que rodea a Carlos.
A diferencia de la mayoría de películas españolas ambientadas en espacios urbanos de grandes ciudades, ésta se desarrolla en Granada, una pequeña ciudad de provincias española, una elección que le permite al director mostrar una realidad muy diferente donde perviven en la escala social muchos valores conservadores que también juegan su papel en la coherencia de la historia.

JUAN ARTEAGA