LAS 30 MEJORES PELÍCULAS DEL CINE ESPAÑOL EN ESTA PRIMERA MITAD DEL AÑO 2025 (Y POR QUÉ NO TE LAS PUEDES PERDER) PARTE II

Seguimos con nuestro especial de las mejores películas españolas del primer semestre del año. Un gran artículo de nuestro colaborador Eduardo Parra que nos recomienda los 30 mejores títulos nacionales de la primera mitad del año 2025. (Puedes consultar nuestro primer artículo en este enlace).

Las 30 mejores películas del cine español del primer trimestre 2025:

11-Lo que queda de ti

Gala Gracia debuta con valentía en Lo que queda de ti, una película que, aunque no siempre toca las notas correctas, emociona por su contención. No todo el cine debe estallar como una sinfonía: a veces basta con el susurro del silencio encuadrado con precisión. La historia de una joven pianista que regresa a su pueblo se desliza como un recuerdo discreto: no pretende sacudir, pero respira con autenticidad. Gracia filma con elegancia y una sensibilidad técnica que deslumbra en varios momentos. Puede que le falte esa “verdad” íntima que transforma lo personal en universal, pero logra algo aún más inusual: una obra que no necesita proclamar su autenticidad porque la mantiene viva, de forma latente. Las interpretaciones, suaves y honestas, sostienen aquello que el guion no alcanza del todo. No es perfecta, pero sí sincera. Y en el terreno de la autoficción, eso es casi un acto de rebeldía.

12-Los bárbaros

En Los bárbaros, Javier Barbero y Martín Guerra hacen su debut con un minimalismo tan sincero que uno casi se pregunta si la cámara se instaló sola y empezó a rodar por intuición. Cuatro jóvenes, un edificio a medio hacer y un Madrid periférico que parece más una idea
que un lugar físico: ingredientes modestos para un drama íntimo sobre un futuro en ruinas antes incluso de construirse. Esta juventud sin brújula —pero con mucha dignidad— deambula por el esqueleto de una sociedad que nunca terminó de levantarles un tejado. Hay ecos del cine social europeo más honesto (con ecos de Dardenne y Loach susurrando desde la distancia), pero sin imposturas ni adornos. Una obra que no grita, pero cala. Los bárbaros observa, escucha y, milagrosamente, emociona. Un retrato generacional tan agrio como necesario. Y sí, en ruinas, pero con alma.

13-The sleeper. El caravagio perdido

Álvaro Longoria nos seduce con algo que el cine documental rara vez logra: ritmo, intriga y humanidad. The Sleeper. El Caravaggio perdido funciona como un thriller moral sobre la ceguera del mercado del arte. ¿Un cuadro olvidado en un salón familiar? ¿Una posible obra de Caravaggio? El guion no busca épica ni redención, sino evidenciar un sistema que glorifica la especulación y desprecia la belleza. Longoria no embellece —observa con precisión quirúrgica y una mirada desarmante. La familia Pérez de Castro se convierte en eje emocional, atrapada en una red de intereses que transforma el arte en mercancía. Como en El precio del arte, aquí también late el pulso de la codicia, pero con un giro barroco, casi shakespeariano. El montaje es inteligente, la estructura envidiable, y el relato te arrastra con
fuerza serena. Longoria no sólo debuta —se instala. Este documental es elegante, necesario y peligrosamente entretenido.

14-Los tortuga

En Los Tortuga, Belén Funes consolida su lugar entre las voces más incisivas del cine social español, alejándose sin aspavientos del paternalismo burgués que suele empañar los relatos sobre la clase trabajadora. Junto a Marçal Cebrian, construye una historia donde el duelo, la precariedad y el peso del linaje femenino laten con fuerza contenida. Antonia Zegers y la revelación Elvira Lara dan cuerpo a madre e hija que caminan por el filo entre la resignación y la supervivencia, en una España rural donde las ausencias pesan tanto como
los silencios. Funes filma desde dentro, con un rigor sin adornos y una empatía lúcida que esquiva la trampa del miserabilismo. Hay verdad aquí, en cada rincón de la casa, en cada gesto no dicho. Una película que no exige grandeza, pero la alcanza, al dignificar lo cotidiano como un acto radical.

15-Mis Carbón

En Miss Carbón, Agustina Macri —sí, hija de aquel expresidente— esquiva los clichés del melodrama con admirable firmeza y nos regala una historia tan dura como el terreno patagónico donde se desarrolla. Lux Pascal brilla con aplomo como Carlita, una mujer trans que decide, contra todo pronóstico, abrirse paso en el sacrosanto universo masculino de la minería. La cinta, una rareza llegada justo antes del apagón cultural made in Milei, es un canto a la resiliencia, a la identidad, y a picar piedra —literal y simbólicamente. Nada en ella suena impostado: hay verdad, sudor y una puesta en escena que no se rinde al panfleto ni al sentimentalismo fácil. Pascal aporta una ternura desarmante y una determinación férrea, logrando lo impensable: conmover sin rogar. Una película que no solo merece ser vista, sino discutida, celebrada y ojalá, replicada.

16-Muy lejos

Molt Lluny, dirigida por Gerard Oms, es una mirada honesta y conmovedora sobre la sensación de estar perdido en un entorno que no termina de aceptar quién eres. Mario Casas encarna a Sergio, un hombre atrapado entre culturas, cuya lucha por definir su identidad en una sociedad ajena se expresa con una intensidad emocional que conecta profundamente con el espectador. Su interpretación, vulnerable y contenida, transmite una mezcla de orgullo herido y confusión latente. Oms trabaja la cámara con precisión, capturando silencios elocuentes y construyendo una atmósfera incómoda y envolvente. La breve aparición de Nausicaa Bonnín aporta un instante de poesía y calidez que ilumina la narrativa como un suspiro inesperado. Esta película no busca ofrecer respuestas, sino provocar una reflexión sobre cómo nuestra identidad se transforma —o se diluye— dependiendo del lugar que habitamos. Molt Lluny es cine español contemporáneo que se atreve a explorar los márgenes invisibles del desarraigo y la búsqueda personal, con sensibilidad, coraje y una mirada singular sobre lo que significa pertenecer.

17-Parenostre

Lo fascinante de Parenostre es que, pese a tratar el peso político de Jordi Pujol, no es una película de tesis ni una trampa moral. Es cine inquieto, imperfecto, hecho con las manos manchadas de tierra y política. Josep Maria Pou se desliza en su personaje como un actor que ha respirado décadas de contradicciones; su Pujol no necesita defensa ni condena, sólo verdad. La película deja mal cuerpo, sí, y esa incomodidad es su mayor virtud: nace del dolor íntimo, no del estruendo. Es cine con memoria, pero no con sermón. Los demás personajes orbitan en trazo grueso —casi caricaturas— pero Pou resiste, sostiene, da densidad a cada escena. Avelina Prat sabe que la política es, al fondo, un asunto de carne y conciencia, no sólo de titulares. Y Parenostre, pese a su aspereza y sus silencios, nos recuerda que la ficción puede mirar sin juzgar. ¿Qué más se le puede pedir?

18-Sirat

Sirat no necesita trucos, ni música llorosa, ni dolor prefabricado. Oliver Laxe filma la muerte sin imposturas, con una serenidad brutal que me desarma. No hay pasado ni confesiones ni psicología de manual. Solo cuerpos agotados y una naturaleza que no perdona. Ese desierto inmenso, esa arena que no se acaba, es el testigo cruel y silencioso de todo. Laxe tiene la osadía de borrar cualquier sentimentalismo y nos deja solos frente a la única certeza: el presente, el cuerpo, el movimiento. La pérdida se vuelve física. No hay consuelo, no hay religión, no hay metáfora. Solo una foto, un padre buscando a su hija, un rostro fundido con la montaña. Y el silencio. Ay, ese silencio. Los personajes no mueren con estruendo, desaparecen absorbidos por la tierra, convertidos en polvo. Me quedé helado. Pocas veces el cine me ha hablado con tanta honestidad. Y yo, que amo que me hablen así.

19-Sorda

Eva Libertad no dirige Sorda como una declaración política, sino como un poema íntimo —y eso es exactamente lo que la hace memorable. La película no te empuja al drama, te seduce con gestos, silencios, con esa gestualidad orgánica que no necesita explicación. Miriam Garlo encarna la sordera como quien respira: sin imposturas, sin victimismo, con una dignidad feroz. Y sí, la narración es fluida, la puesta en escena cuidada, el montaje impecable… pero lo que realmente importa es cómo nos sentimos dentro de ese mundo, tan cálido como incierto. La maternidad y el miedo se enredan sin estridencias, con una verdad que duele porque es tan cotidiana como extraordinaria. No hay moralismos ni grandes discursos —solo personas reales, atravesadas por dilemas reales. Sorda te acaricia y te deja pensando, justo como debe hacer el cine cuando es honesto. Llamarla “pequeña” sería no haberla visto. Esta película respira vida. Y vaya si lo hace.

20-Tardes de soledad

Albert Serra me ha vuelto a sacudir. Tardes de soledad es una experiencia mística y sangrienta, una odisea visual que se adentra sin pudor en la esencia más descarnada de la tauromaquia y la existencia. Serra tiene esa rara intuición de los genios: se pierde para encontrarse, se difumina para revelarnos verdades que no sabíamos que nos habitaban. La cámara, cruel y compasiva, no pestañea ante la herida. El torero y el toro se enfrentan en una danza cruel que es también un poema, una plegaria, un grito. La música de Marc Verdaguer me dejó sin aire. A veces sentí que veía cine; otras veces, que rezaba ante una catedral pagana construida de sangre, barro y dolor. Qué belleza tan terrible. Qué poder tiene este hombre para llevarnos hasta el abismo sin perder nunca la poesía. Yo, que creía haberlo visto todo, me quedé temblando. Serra es cine.

Por Eduardo Parra.

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