CRÍTICA DE LA PELÍCULA “NO VOY A PEDIRLE A NADIE QUE ME CREA”

El mexicano Fernando Frías vuelve con una coproducción hispano mexicana tras su éxito con “Ya no estoy aquí” que recibió buenas críticas de forma unánime y fue arropado de forma comercial con el mejor manto posible que es el de Netflix. En esta ocasión las productoras son Zeta Studios y Exile Content studio, y en la parte de distribución vuelve a contar con Netflix para llevar a la pantalla una novela del escritor mexicano Juan Pablo Villalobos, en donde el espectador puede llegar a sentirse un poco confuso por la cantidad de recursos fuera de lo normal que utiliza el maestro Frías.

Una de las cosas que sorprenderán será los cameos casi constantes que hay en el film: Bruna Cusí, Nacho Vigalondo, Facu Díaz o Clara Roquet, sin olvidar al propio Juan Pablo Villalobos, quien interpreta a un moderador en la presentación de su propio libro por otra persona. Entendemos que algunas cosas no queden claras porque la lógica es algo que falta en esta cinta, y a decir verdad es algo que se le agradece al director. La sensación de frescor al ver la película es constante, eso se consigue sobre todo por la absoluta y brillante absurdez.

Los protagonistas de “No voy a pedirle a nadie que me crea” son Anna Castillo, Darío Yazbek y Natalia Solián. Un triángulo en el que se mezcla la mafia mexicana en Barcelona, los discursos feministas, los límites del humor, o lo políticamente incorrecto. En este último capítulo aparte se merece la retahíla de estereotipos sobre nacionalidades como la argentina, mexicana, pakistaní, china o española. Todo con referencias al color de piel, la orientación sexual, o a la imposibilidad de hacerse amiga de una catalana. Estos temas los trata en ocasiones con ingenuidad y otras con humor, un ejemplo lo vemos en la cantidad de penes de caucho que saca Vigalondo y su posterior reflexión sobre la opresión de los pueblos indígena que fueron los que con su esfuerzo proporcionaron caucho a los europeos, haciendo de una forma ridícula pero lógica que usar un consolador haga sentir responsable a la persona que lo usa por este colonialismo pasado.

En esta cinta hay una cantidad ingente de temas tratados, a su vez relacionados de una forma aparentemente banal o sin lógica, que mantienen al espectador en un estado desconcertado hasta que una acción dura, real, letal, aparece para dejar claro que esta película no es ninguna broma, y todo está calculado.

Una de las mejores coproducciones entre México y España que muestra que la unión de ideas puede dar muy buenos resultados y sobre todo un golpe de aire fresco a la forma de realizar películas.

Vía: El infiltrado en el Festival de Tallín

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