CRÍTICA DOLOR Y GLORIA: UN GENIO CREATIVO AL BORDE DEL KO

Solo los directores valientes o aquellos que cuentan con una gran experiencia a sus espaldas, son capaces de aglutinar todos sus miedos y fobias, para hacer de ellos una obra de arte. Esto es lo que sucede en Dolor y gloria (2019), la nueva y muy íntima película de Pedro Almodóvar. En ella, el realizador manchego se refugia en Salvador (Antonio Banderas), un afamado director de cine en su crepúsculo, que ahora pasa sus días entre una infinita lista de dolores físicos y psíquicos, quedándole como único refugio sus recuerdos de la infancia y su amor inquebrantable hacia el cine.

Cuando uno envejece la memoria se empieza a volver caprichosa y reclama una mayor dosis de protagonismo. Concretamente el periodo de la infancia suele ser el más recordado, ya que es en esos años nuestro cerebro es un tabula rasa y la información primeriza que insertamos nos va a acompañar durante el resto de nuestra vida. Pueden ser recuerdos aparentemente simples, como una mañana en la que acompañaste a tu madre (Penélope Cruz) a lavar la ropa en el río, junto a otras vecinas del pueblo, o recuerdos más intensos relacionados con los primeros deseos. Unas primeras pulsiones homosexuales inconcebibles, para un niño valenciano nacido en los sesenta, pero imposibles de censurar y que sirvieron de germen para la carrera creativa de Salvador Mallo.

Es cierto que Salvador está al borde del KO, sumido en mil dolores paralizantes (jaqueca, dolor de espalda, atragantamientos…) , un insomnio que le vampiriza y una depresión causa o consecuencia de una soledad lastimosa para cualquiera, pero más aún para alguien que fue una figura pública acostumbrada a deslumbrar y dejarse deslumbrar por un sinfín de personas y ciudades. Sin embargo, el cine y la cultura en general le dan la fuerza para resistir un asalto más. En su corazón Salvador lleva clavado los olores del cine de su pueblo y esas primeras películas que le inocularon para siempre el amor por la fantasía. Por eso cuando su cuerpo se abandona a la catarsis y permite que un actor lleve al teatro su último monólogo, nos damos cuenta de que el cine es quizás el único compañero fiel que Salvador ha tenido en su vida, más allá de la devoción absoluta hacia la madre, ante la incapacidad de creer en algún ser superior.

Lo que pasa es que Salvador parece haber perdido ese sentido vital, indispensable para rellenar la última etapa de su vida. La pérdida de la venerada madre, el cuerpo herido y la carrera profesional congelada en el tiempo, le hacen intentar calmar sus gritos sordos en la heroína. No es más que un intento a la desesperada por paliar su angustia, aunque por suerte Almodóvar concibe esperanza para este personaje y como consecuencia se puede pensar que para él mismo. Al reencontrarse con su pasado y poder cerrar el círculo, que le unía a personas muy importantes, como el actor Alberto Crespo (Asier Etxendia) o su antiguo amor (Leonardo Sbaraglia), Salvador recupera la capacidad de crear nuevas vidas y seguir viviendo.

Como en todas sus películas, Almodóvar vuelve a demostrar su ingenio a la hora de diseñar un universo particularísimo, en el que su puesta en escena, su banda sonora y su dirección de actores rozan la excelencia. Siendo Dolor y gloria una propuesta austera y muy sencilla, una especie de cine hablado como ha dicho en alguna entrevista el cineasta, la cuidada paleta de colores, el estudiado diseño de vestuario, la multitud de primeros planos o la sobrecogedora banda sonora son una seña de identidad de Almodóvar.  Aunque al ser éste un cine despojado de artificios y piruetas técnicas, lo que sublimiza el resultado son las interpretaciones de un puñado de actores precisos y contenidos. El protagonismo lo sustenta un Antonio Banderas mimetizado en la piel del director manchego, en un estado permanente de malestar y confusión identitaria, la madre joven la encarna Penélope Cruz en un alarde asombroso de fuerza escénica y una bella naturalidad, el actor es Asier Etxendia que aporta humor y conmueve cuando tenemos la oportunidad de verle interpretar el monólogo de Salvador y en papeles más pequeños actores como Julieta Serrano o Leonardo Sbaraglia que con solo un par de miradas y una tierna sonrisa es capaz de resumir ese amor imposible de olvidar.

 

Laura Acosta

Nota El blog del cine español: 8