CRÍTICA “LOS TIGRES”: OTRA GRAN PELÍCULA DE ALBERTO RODRÍGUEZ

Existe una corriente cinematográfica que se siente obligada a actuar como espejo, altavoz o, en el peor de los casos, como conciencia social. Es el tipo de cine que hoy domina el debate público, al que a menudo se etiqueta como “generalista”, “humanista” o, con esa cursilería insoportable, “necesario”. Sin embargo, su verdadero valor parece medirse por su sintonía con la agenda sociopolítica del momento, por su capacidad para “provocar”, “ilustrar” o, para gran parte de la prensa especializada (mayormente de izquierdas), por trascender un problemas sociales que el resto de ramas artísticas prefiere ignorar. Nuestra concepción del cine español más popular (o comercial/calidad), al menos del más aclamado, se ha transformado. No olvidemos el sonado premio ex aequo en los pasados Premios Goya entre El 47 y La infiltrada, dos películas de fuerte contenido social y, muy importante, basadas en hechos reales.

Ya no se busca la obra en sí, sino su intención didáctica o su potencial como herramienta de denuncia. Un propósito noble, sí, y que en nuestro país se magnifica a menudo por la omnipresencia de las subvenciones. Pero, ¿qué pasa con el resto de narrativas, aquellas que no dependen de sucesos ya vividos y documentados en nuestra realidad? ¿Dónde queda el placer de contar historias desde la ficción más pura? ¿Acaso no se nutren mutuamente la realidad y la ficción?

En medio de esta marea de cine “comprometido” que parece obligado a cargar con el peso de la “verdad” o la “realidad”, ¿cómo se posiciona una película como “Los Tigres”?

El dúo sevillano formado por [Alberto] Rodríguez y [Rafael] Cobos presentó su último proyecto en el pasado Festival de San Sebastián. Se trata de un thriller con toques sociales —sí, pero solo como telón de fondo—, protagonizado por Antonio de la Torre y Bárbara Lennie. La trama se sitúa en Huelva, una zona rodado con una atmósfera que refleja la precariedad, y se centra en las decisiones que ponen a prueba la vulnerabilidad de estos dos hermanos representantes de la clase obrera o menos agraciada.

“Los Tigres” es, ante todo, una historia de hermandad. Dos hermanos, distanciados en lo personal pero unidos por la rutina, descubren unos fardos de droga mientras trabajan como buzos. Este hallazgo se presenta como una oportunidad, un catalizador para cambiar sus vidas, pero no su esencia, algo que la película retrata con acierto de principio a fin. La obra describe con un ritmo firme y preciso el día a día de estos personajes. La inesperada promesa de un futuro menos
incierto, a cambio de unas pizcas de peligrosidad, se convierte en el motor que envenena la historia.

Todo está excelentemente narrado en “Los Tigres”: los personajes son profundamente creíbles —merece una mención especial el siempre brillante Joaquín Núñez, eterno secundario del tándem y “roba-escenas”—; la gama cromática y la excelente fotografía de Pau Esteve Birba sumergen al espectador en ese ambiente caótico, todo lo que hay dentro y fuera de la cabeza de de la Torre y Lennie se ve reflejado en la composición de sus imágenes: de día lo que son, no noche en lo oscuro, todo lo que no se atreven a ser, una propuesta de valor que todo lo preña de riqueza visual; y la historia de perdedores que anhelan dejar de serlo, si bien es un clásico narrativo, adquiere un tono singular bajo la mirada de Rodríguez y Cobos.

Si la película es redonda y el público la recibe con aplausos, ¿por qué el debate a su alrededor es tan ténue? La respuesta se encuentra en la premisa inicial: “Los Tigres” no es una película de época. Tampoco se empeña en visibilizar un problema social actual con ánimo de adoctrinar. No se alinea con las corrientes de pensamiento que alimentan el discurso de la prensa cinematográfica especializada. No intenta que sus personajes sean la voz o el espejo de “la
gente”, a pesar de ser personas comunes.

No. “Los Tigres” es, simple y llanamente, una muy buena película. De esas que apetece ver en compañía. De las que generan un debate genuino. De las que despiertan la verdadera afición al cine: “¿Quién es este director?, ¿de dónde han salido estos actores?, ¿dónde está rodada esta película?”, ¿cuántas veces nos hemos hecho esta pregunta al salir de una sala?

“Los Tigres” ofrece todo lo que un espectador busca en una sala de cine. No hablamos aquí del poder del cine para mimetizarse con la realidad o de sus posibles simbiosis políticas. Estamos hablando de algo tan simple y a la vez tan trascendental como el gusto por ser seducido por una buena historia bien contada. En un panorama obsesionado con la “verdad” social, Rodríguez y Cobos nos recuerdan que la misión fundamental del cine es la narración, y que una historia sólida, por sí misma, vale mucho más que cien denuncias.

@EL_EDUA_

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