CRÍTICA “LAS GRIETAS DE JARA”: LA SUPUESTA COHESIÓN RESQUEBRAJADA POR UN MALVADO INTRUSO

Salvando las innegables distancias, se puede decir que este Pablo Simó que protagoniza Las grietas de Jara tiene nexos en común con BubBuxter. Ambos son dos tipos corrientes a los que prácticamente todos ningunean, empezando por sus jefes y acabando por sus mujeres. No obstante, mientras en El apartamento la cosa transcurría por los derroteros de la amargura, en la nueva cinta de Nicolás Gil Lavedra la historia se adentra en los terrenos del thriller más oscuro.

La aparente cohesión que se vive en el estudio de arquitectura para el que trabaja Simó, saltará por los aires con la aparición de Nelson Jara (Óscar Martínez), un tipo que dice sufrir unas terribles grietas en su casa, tras los trabajos que el estudio ha realizado en las viviendas colindantes. Jara de alguna forma simboliza a la perfección a ese ser maligno que aparece en una comunidad, que se cree plácida, para seguidamente hacer una visita sorpresa, desatar una crisis que debe solventar el mandado de Simó y favorecer una cohesión que se desprende del necesario paso a la acción final del protagonista.

Eso sí aquí nadie está libre de culpa. Todos tienen una vertiente tenebrosa que sirve para ejemplificar ese macguffin/metáfora de la grieta. “Todos hacemos alguna en algún momento”, le suelta la misteriosa fotógrafa que interpreta Sara Sálamo en un momento determinado a Simó. Y es verdad porque tanto el despreciable jefe (Santiago Segura), la esposa pasota (Laura Novoa) o la misma Sálamo, con sus chanchullos inmobiliarios, dan fe de una sociedad argentina que aquí se nos representa desde la perspectiva de la pillería institucionalizada.

Y dentro de esta sociedad de avispados, uno no puede quedarse en una posición equidistante, sino definirse por un bando. Al menos ese es otro de los mensajes que nos intenta trasmitir esta historia. Simó prefiere las profundidades del metro para así ocultarse y seguir con su vida gris, pero esta actitud no cuadra con los anhelos que tiene de construir un edificio. Una simbología, al fin y al cabo, del ansia de poder que la vida parece negarle.

Se puede decir que en general ésta es una película que consigue mantener la intriga en el espectador, en parte por su sobria puesta en escena que revela sólo lo justo y necesario, y en parte por su pareja de actores protagonistas, especialmente un Joaquín Furriel muy contenido con el que cualquiera puede identificarse. Porque, ¿quién no tiene alguna grieta oculta?

Nota El Blog de Cine Español; 7

Laura Acosta

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