CRÍTICA “RIFKIN’S FESTIVAL”, DE WOODY ALLEN: DIVERTIMENTO LIGERO QUE SE VE FÁCIL Y SE OLVIDA AÚN MÁS FÁCIL

Floja y sin chispa, así es la nueva película de Woody Allen, un divertimento ligero que se ve fácil y se olvida aún más fácil. Una pena, del maestro neoyorquino siempre se espera más, mucho más.

Rifkin’s Festival” presenta a un matrimonio estadounidense que acude al Festival de Cine de San Sebastián. Ella se siente atraída por un brillante director de cine francés y él se enamora de una doctora de la ciudad.

Siempre es difícil enfrentarse a la tarea de hacer la crítica de la nueva película de Woody Allen. Resulta prácticamente imposible mantenerse objetivo ante la obra de uno de los pocos genios vivos del séptimo arte. Pero por desgracia, realizando un ejercicio de sinceridad, se ha de decir que “Rifkin’s Festival” entra en la liga de películas menores del director.

Lo primero que llama la atención es el elenco; no porque no estén más que correctos, pero es imposible no pensar que esta película, de haberse hecho hace solo unos años, hubiese contado con un plantel internacional de grandes nombres. Sin embargo, nos toca soportar a un histriónico Wallace Shawn y una impasible Gina Gershon, que aportan un toque de serie B al film.

Louis Garrel está con el piloto automático en cada uno de sus planos. Se nota que está en el rodaje más por pasárselo bien que por seguir levantando una de las carreras más envidiables del cine europeo. Por contra, quien atrae toda la atención de la película, y con gran justicia, es Elena Anaya, que no solo deslumbra, también emociona.

Woody Allen se dedica a realizar la película con el piloto automático. Más emocionado por el escenario en el que se desarrolla la acción que por la historia, que presenta una trama anodina y falta de interés. Solo consigue arrancar alguna que otra sonrisa con las abundantes referencias al cine clásico; y aquí uno se pregunta, ¿qué gracia hará la película a aquellos espectadores que no saben quiénes son Passolini o Bergman?

San Sebastián se convierte en el gran personaje de la película, pero el director se limita a mostrar ‘la postal’ desde los ojos de un turista. Hacer que una ciudad quede bonita en pantalla no tiene absolutamente nada de malo, pero sí cuando se hace de manera superficial y como si fuese un mero plató. Es muy triste comprobar que Woody Allen no se ha interesado ni lo más mínimo por mostrar la verdadera idiosincrasia del lugar al que hace homenaje. Al ver la película parece que las costumbres vascas sean las mismas que las estadounidenses, y eso provocará desconcierto en cualquier espectador. Se puede entender que Woody Allen no sepa que para un vasco las 20h no es medianoche, pero lo más grave es que nadie se atreviese a corregirlo (ojo, o él no quisiera escuchar dichos comentarios).

“Rifkin’s Festival” no produce vergüenza ajena y se deja ver con una mueca divertida en todo momento. Pero simplemente se salva porque está dirigida por Woody Allen; de pertenecer a otro autor, seguro que no llegaría ni a salas y estaríamos hablando de un telefilm. En fin, la cita anual de este 2020 con el genio neoyorquino es incapaz de convencer; esperemos que le dejen volver a dirigir una película muy pronto para que así nos devuelva el buen sabor de boca que nos dejó con “A rainy day in New York”.

Nota: 4

Una crítica de Toni Sánchez Bernal

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