CRÍTICA “O QUE ARDE”: LAXE HIPNÓTICO Y DEVASTADOR

La película de Olivier Laxe comienza en la profundidad de un bosque, en la oscuridad espesa y densa que advierte un relato enigmático en la que parece imposible encontrarse. Los árboles cayendo uno a uno a modo de fantasmas derrotados parecen arrastrarse unos tras otros en una difícil danza de muerte. Es el preludio que el director ofrece para sumergirnos en la historia y la presentación de la portentosa fotografía de Mauro Herce.

Amador es un presidiario gallego que sale de la cárcel tras cumplir condena por piromanía a causa de una aparente desidia de la institución penitenciaria. A partir de entonces seguimos sus pasos en su vida diaria junto a su madre, Benedicta, su perra Luna y sus vacas, caminando por las aldeas y pastos gallegos aledaños a su casa perdida en el monte. Laxe nos engulle en una naturalidad inusitada, con lluvias hiperrealistas que chisporrotean en planos que imitan sin pretenderlo cuadros impresionistas de trazos cortos y granulados. La madre que nos presenta es enjuta, menuda y encantadora. La perra siempre atenta de su amo y la ruralidad gallega es fotografiada sin innecesarios filtros.

Puede que esa honesta naturaleza se refuerce con el hecho de que el director haya utilizado actores no profesionales encarnando personajes que podrían ser ellos mismos, en que por momentos parezca una especie de semidocumental, y en que durante el rodaje incluso acompañara a brigadas reales a filmar la extinción de un fuego, metido de lleno entre las llamas contándonos un pedazo de una Galicia herida por el fuego que es mostrada con ardiente devoción.
La narración avanza lentamente en esta película lánguida y profunda, pero deflagra en la utilización del paisaje, en su fotografía, una Galicia gris, que juega con las estaciones en su paisaje, al principio con la humedad un verde poco esplendoroso visto por los ojos de un pirómano introvertido, triste y estancado que tal vez esconda un alma de ideas oscuras y al final con un verano resplandeciente y vulnerable. Alcanza su punto álgido en el fuego, y tal vez como Amador, nos volvemos pirómanos al ver las imágenes exquisitamente rodadas por un Oliver Laxe que se erige como un narrador visual superdotado.
El baile hipnótico del fuego venciendo a la mano humana, ahogando a los brigadistas con los recursos insuficientes, el sol amaneciendo entre el humo gris que dejan los rescoldos y el paisaje desolado de pavesas y ceniza gris que ha dejado atrás el incendio, son las imágenes para el recuerdo que deja una de las mejores películas de 2019.

Aparte de su fuerza visual, O que arde también nos embriaga con su relato del hombre incapaz de redimir su condición imperfecta. Del instinto inquebrantable de un escorpión que no puede renunciar a su naturaleza de soltar su veneno en una picadura insalvable. Todo ello haciéndose además eco de la realidad social de las personas que se reintegran tras la prisión en un pueblo pequeño, de la humillación de saberse no perdonado por las personas que te rodean, de las comidillas resonando en una mente que intenta sacar cabeza con la voluntad de hacerlo mejor esta vez y la inevitable condescendía de una madre que no puede hacer otra cosa que amar lo que ha parido.

Desde su estreno en el festival de Cannes no ha dejado de ser elogiada por todos los que la han visto y no es para menos. Su visionado es abrasador y sanador. Es una película dotada con una profundidad que deja al espectador inmerso en el rastrojo desolado de la tierra estéril tras los árboles caídos.

Nota: 9

Chema López