CRÍTICA “EL ÁRBOL DE LA SANGRE”: EL OSCURO Y MÁGICO ÁRBOL DE JULIO MEDEM

El universo mágico del director vasco Julio Medem se expande un poco más con su nueva película titulada El árbol de la sangre (2018). En ella el espectador asistirá a una gran historia de amor, mentiras, celos, sexo y traiciones, a través de los recuerdos de Rebeca (Úrsula Corberó) y Marc (Álvaro Cervantes) que deciden encerrarse en un caserío para intentar escribir la historia de sus familias. De modo que la película se va a dividir en dos dimensiones temporales y se va a ir articulando a través de repetidos flashbacks en los que descubrimos a los padres y personas más cercanas de la joven pareja.

Es muy interesante el recurso de utilizar la escritura como una forma de exorcizar fantasmas e intentar aclarar el lugar del que venimos y la verdad de los que nos acompañan. Sin embargo, las relaciones de los personajes son tan rebuscadas y poco naturales que resulta complicado no distanciarse durante el visionado. Todos están de alguna forma interconectados a través de situaciones azarosas con las que cuesta empatizar. Si Medem se hubiese quedado en el plano romántico y puramente genealógico, quizás se hubiese sobrellevado mejor, pero al querer el director abarcar tanto el conjunto lo acusa. Toda la trama de la mafia rusa y los trasplantes están tratados con demasiada ligereza. Y es aquí donde aparecen las incongruencias. Porque estos temas tan serios, llevan consigo una obligada dosis de realismo y coherencia que aquí brilla por su ausencia. Conseguir que una persona viva, a costa de la vida de otro inocente es un dilema muy potente. ¿Seríamos capaz de sacrificar a un inocente para que nuestro ser querido pueda seguir en este mundo? ¿Daríamos nuestra vida si alguien lo necesitase para continuar su camino? Estas disyuntivas creo yo que merecían de un tratamiento más concienzudo y un desarrollo mayor de personajes.

El problema de ir retorciendo continuamente la trama es que los personajes pueden quedar como meras marionetas al servicio del siguiente truco de guion. Y aquí pasa un poco esto. Siendo un relato coral, en general los personajes resultan vacíos y sin arcos dramáticos relevantes. Los supuestos protagonistas, Rebeca y Marc, se pasan gran parte de la cinta en una mera posición instrumental y no es hasta el último tercio cuando salen del aletargamiento. Najwa Nimri creo que está desaprovechada, ya que en las secuencias que aparecen aporta una dimensión psicológica y gestual bastante agradecida. Joaquín Furriel está aceptable en su papel, pero quizás es mala señal ya que sus líneas de guion se cuentan con los dedos de la mano. Y tanto Daniel Grao como Patricia López Arnaiz están esforzados, pero un tanto excesivos.

No obstante, al mismo tiempo que se detectan los fallos de una cinta también pueden reconocerse los aciertos. ¿Cuáles son? En primer lugar, Julio Medem es capaz de crear una atmósfera de realismo mágico única, en la que la presencia de la naturaleza es un personaje protagonista y el romanticismo recorre cada plano. Un romanticismo, eso sí, que no tiene por qué ser ideal y delicado. Muy al contrario, en muchas ocasiones aparece en las formas de un sexo salvaje y violento. De hecho el sexo es constante durante la película y sirve para descubrir un poco más las distintas personalidades. En cuanto a la naturaleza, ya en la primera secuencia el realizador con su puesta en escena nos subraya la importancia que va a tener el medio natural. El árbol testigo privilegiado de las historias familiares es un claro ejemplo, pero también los toros que pueblan muchos de los planos y de la piel de los personajes. La potencia y virilidad del toro guiará al hermético Olmo (Joaquín Furriel) y también será protagonista de la clásica familia de Maca (Najwa Nimri), la madre de Rebeca. Sin olvidar la importancia del agua del mar que traerá pasiones desenfrenadas, nuevos seres humanos y reencuentros sanadores.

Por lo tanto, puede pensarse que el mundo de Julio Medem no aspira al realismo y se decanta preferiblemente por la vertiente onírica. Una vertiente que muchas veces se desplaza hasta los ámbitos psicológicos, con personajes al borde de la norma. Tenemos a Maca que escucha voces y también el escueto personaje de Ángela Molina que parece preferir volverse inerte, ante el doloroso contenido sanguíneo de su familia. Todo ello aderezado por una banda sonora que introduce satisfactoriamente al espectador en un mundo misterioso y asfixiante. Un mundo de lugares obsesivos y repetitivos, en los que sus habitantes están guiados por el amor, la muerte y la naturaleza.

Laura Acosta
Nota El blog del cine español: 7