CRÍTICA “MARISA EN LOS BOSQUES”: UNA ÓPERA PRIMA INCLASIFICABLE SOBRE LA CADA VEZ MÁS CINEMATOGRÁFICA CRISIS DE LOS TREINTA

Marisa en los bosques” es el singular título escogido por el realizador Antonio Morales para su debut en el largometraje. Porque toda la cinta está definida por su singularidad. La trama es sencilla y muy pegada a la actualidad. Marisa es una dramaturga de treinta y cinco años en una absoluta crisis existencial, ya que su faceta laboral no le permite casi llegar a fin de mes y sus relaciones sociales y amorosas son más bien inexistentes. Solamente tiene una amiga, llamada Mina, que está inmersa en una profunda depresión a causa de una relación amorosa fallida y que por tanto acapara a Marisa hasta el punto de únicamente preocuparse por el estado mental de su amiga. Así que convertida en un cero a la izquierda, Marisa se abandonará a la ciudad madrileña en busca de ese “bosque” que pueda reconducir su vida.

En su deriva nocturna por un Madrid muy reconocible, Marisa abandonará su indentidad maltrecha para prestarse a situaciones inauditas en las que la fiesta y el desorden son protagonistas. Éste será un recorrido en el que el principio y el fin no están delimitados y que le servirá a Marisa para explorar su yo e intentar poner un nombre a sus anhelos y aspiraciones vitales. Sin embargo, aquello que podría haber sido interesante y revelador, para estudiar la conducta humana de aquellos personajes abocados a vivir a los límites de la sociedad, queda finalmente convertido en un mejunje repleto de ambiciones y pocas concreciones. Desde la primera secuencia uno observa como la cinta intenta transitar por los géneros y estilos cinematográficos sin detenerse en ninguno. Se puede decir que tiene retazos de comedia y momentos de gran dramatismo, todos ellos causados por la pérdida y el irrefrenable transcurso de la vida, pero sus altas aspiraciones hacen que el todo se quede varado. Al mismo tiempo que su rechazo a los modos más naturalistas y su apuesta por una puesta en escena bastante manierista, que puede en ocasiones recordar a alguna cinta de Almodóvar, convierten a la película en un elemento demasiado afectado e intelectual. Ni Antonio Morales tiene el pulso narrativo de Almodóvar, ni el guion consigue los momentos tan disparatados y divertidos de las cintas del manchego. Eso sí su actriz protagonista está más que solvente en su papel de treintañera con muchos pájaros en la cabeza. Sin duda, Patricia Jordá es un acertado descubrimiento que debe contar en el futuro con otras oportunidades en proyectos de mayor calado.

No obstante, la película puede generar una reflexión sobre la cantidad de películas que el cine español está estrenando últimamente sobre la crisis de los treinta. Cintas como 3 bodas de más (Javier Ruiz Caldera, 2013), con una Inma Cuesta destinada a no tener una vida amorosa estable y a sufrir las bodas de todos sus ex, María y los demás (Nely Reguera, 2016) con esa magnífica y en ocasiones hiriente Bárbara Lennie en el papel de una treintañera dedicada al cuidado de su padre que deberá cambiar su forma de vida si no quiere quedarse sola y la muy reciente y formidable Las distancias (Elena Trapé, 2018) con ese grupo de amigos de la universidad que tienen que sufrir un doloroso fin de semana para darse cuenta de que la vida no es como deseaban o habían soñado. Ruth, María, Olivia y Marisa son cuatro ejemplos de una generación repleta de sueños y de piedras en el camino que no quieren quedar en la penumbra.

Nota El Blog de Cine Español: 5

Laura Acosta