CRÍTICA DE ‘EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS’, ALBERTO RODRÍGUEZ FRACASA AL AUNAR CINE DE CALIDAD Y ENTRETENIMIENTO

La cuota española en la pasada edición de Zinemaldia estuvo marcada por dos de los títulos del año: ‘Que Dios nos perdone’ (Rodrigo Sorogoyen) y El hombre de las mil caras‘ (Alberto Rodríguez). Dos thrillers que sirven como precisa exposición gráfica de las deficiencias de una y los aciertos de la otra: todo lo que lo que le falta a la de Rodríguez le sobra a la Sorogoyen.

‘El hombre de las mil caras’ nace con vocación de oportuno biopic que nos descubre la génesis de la picaresca política que hoy copa la actualidad mediática. Por desgracia, lo que sobre el papel resulta apasionante no acaba de funcionar cinematográficamente.

Pese a que  Rodríguez despliega un complejo e imponente ejercicio fílmico difícilmente cuestionable en cuanto a su apartado técnico, una extraña apatía se apodera del relato, que jamás llega a atrapar al espectador. Consciente del riesgo de convertir la historia en una maraña de datos y cifras; y preocupada de que no se pierda el hilo y sea accesible para el espectador, la película está subrayada en demasía. En ese punto, el personaje de un desinflado José Coronado ejerce de narrador en uno de los puntos flacos del filme junto a varios personajes circundantes desdibujados, que aparecen abruptamente y sin más, como la mujer o la sobrina de Paesa. Otro claro desacierto es Marta Etura, inexpresiva y gélida en un papel que pedía a gritos empaque, elegancia y una presencia contundente (¿Bárbara Lennie o Pilar López de Ayala?).

‘El hombre de las mil caras’ parte de la honesta e interesante premisa de aunar cine de calidad y diversión. Para ello, recurre a guiños humorísticos y trata de dotar su narración de agilidad, con un frenético montaje amparado en la potente fotografía de Álex Catalán y la incisiva melodía de Julio de la Rosa. Desgraciadamente, con un acusado problema de arritmia la cinta entretiene lo justo, aquejada de un tono aséptico, frío y alejado de la necesaria pulsión que sí mantiene la mencionada película de Sorogoyen durante sus dos horas de metraje, en las que promueve espectáculo y logra atrapar al espectador. Además, y pese al innegable despliegue visual, la cinta tiene una carencia de estilo que sorprende viniendo del autor de ‘La isla mínima’ o ‘After’.

Eduard Fernández cumple con su habitual solvencia -tal vez con el piloto automático- un personaje menos arrollador, seductor y embaucador de lo que cabía esperar. Ni mucho menos es su mejor interpretación (ni la mejor del 2016). Mención especial a Carlos Santos, que protagoniza una de esas transformaciones espectaculares. Por cierto, en una película de semejante factura, casi impoluta, hace daño encontrar un trabajo de maquillaje y peluquería tan deficiente en el que, además, Roldán no cambia de de corte de pelo y barba durante todo su periplo de cautiverio.

Aun con todo, se aplaude el innegable riesgo y la complejidad de llevar a cabo un proyecto tan complejo. Quizá nadie lo hubiese hecho mejor.

Nota El Blog de Cine Español: 4

Carlos Gallardo