ENTREVISTA DE “EL PAÍS” A MANUEL GUTIÉRREZ ARAGÓN SOBRE SU ÚLTIMA PELÍCULA.


El director Manuel Gutiérrez Aragón estrenará su última película, “Todos estamos invitados”, en el Festival de Málaga. José Coronado y Óscar Jaenada son la pareja protagonista.
En esta película el director nos muestra el miedo cotidiano que se vive en el País Vasco donde el pueblo mira a otro lado cuando amenazan o asesinan a los que tienen otras ideas políticas.
Os dejamos con la extensa entrevista que ha realizado “El País” al director:
PREGUNTA. ¿Qué le motiva a escribir y realizar Todos estamos invitados?

RESPUESTA. Que hay situaciones que no admiten ambigüedades o neutralidad. ¿Qué me llevó a militar en el partido comunista? Pues el que era muy difícil, en el franquismo, quedarse en casa disfrutando de la lectura de Sartre mientras ahí fuera se negaban todas las libertades. Y hoy, en plena democracia, también es difícil gozar de placeres razonables mientras a algunos conciudadanos nuestros se les niega el derecho a la razón. Desde la simple amenaza, al terror.

P. Ese tono o atmósfera permanente en su filme…, ese mirar constantemente hacia otro lado cada vez que se produce una amenaza, un atentado o un asesinato, salvo honrosas excepciones, remite un poco a lo que debió ser la Alemania del Tercer Reich: nadie, al parecer, era consciente del Holocausto. Incluso la tamborrada final podría subtitularse “la noche de los tambores largos”. Y aún más terrible es el hecho de que quienes se comportan así parecen no ser responsables de su actitud, ni se lo plantean. Es como si el subconsciente colectivo se bloqueara ante situaciones indefendibles.

R. Sí, si le digo la verdad, mi impulso para hacer la película no es ni ETA ni la situación política ni nada de eso. Mi primer impulso es hacerla sobre la gente que mira para otro lado mientras otros —no importa si pocos o muchos— son amenazados y perseguidos o asesinados. Y no importa que los amenazados sean pocos o muchos, porque, una vez admitido el principio, ya es sólo cosa de ponerse a ello. Y además sirve de advertencia a todos. En fin, eso es el fascismo.

P. ¿Qué tiene más importancia en su película, el testimonio o la ficción? El tono narrativo del filme es fundamentalmente descriptivo, antropológico. Lo que Ignacio Fernández de Castro llamó en su día “la demagogia de los hechos”.

R. No, no, Todos estamos invitados es ante todo una película, una ficción. Es más, utiliza sucesos ocurridos en fechas distintas… Hay una síntesis entre hechos diversos y situaciones diversas que no puede permitirse el cine documental. Por eso no se precisa en qué fechas concretas ocurre la película. Ocurrió ayer, hoy… está pasando ahora mismo. En el cine las cosas ocurren mientras se contemplan, como en la música en directo. Yo insisto en que Todos estamos invitados no es un documental, y que conste que se han hecho documentales muy buenos. Asesinato en febrero (2001) o Perseguidos (2004), de Eterio Ortega y Elías Querejeta, son obras fundamentales. Claro que, en el caso de mi película, muchos de los diálogos y de las escenas son reproducción de diálogos y escenas que ocurrieron en realidad. Así, lo de la carta amenazante con la copia de la llave de la casa en que vive Xavier (José Coronado) o el diálogo de Xavier y Francesca (Vanessa Incontrada) cuando ella dice: “He oído un disparo” y él contesta: “Sí, un disparo… a mí”. Son diálogos que se produjeron en la realidad. Pero no por eso son diálogos documentales. De todas maneras, eso que dice es verdad: la película es más descriptiva de unos hechos que una construcción dramática al uso. En eso creo que se diferencia también de alguna de mis películas.

P. Ya, pero incluso en filmes tan estremecedores como Asesinato en febrero, tan suciamente programado por la televisión del PP en Madrid en vísperas de las elecciones del 14 de marzo de 2004 en aquella enloquecida manipulación del Gobierno de Aznar tras los atentados del 11-M, sobre el asesinato de Fernando Buesa y de su escolta Jorge Díez Elorza, ninguno de quienes recuerdan el hecho lo califican de “asesinato” ni hablan de “asesinos”, es como si determinadas palabras no existiesen o el terror fascista estimulara el uso de sinónimos.

R. La corrupción del lenguaje. Se llama “conflicto”, como señala Savater —bueno, Savater o cualquier persona racional—, a lo que es el chantaje del terror.

P. En su película, y siempre dentro de ese enfoque descriptivo o didáctico, el personaje del cura resulta especialmente despreciable por adoptar deliberadamente esa siniestra actitud ante lo que ocurre. Es de un fariseísmo tan perverso como fácilmente comprobable en buena parte del clero y la jerarquía eclesiástica vasca.

R. Por una vez, voy a defender a la Iglesia vasca. Tenga usted en cuenta que la represión franquista afectó también al nacionalismo vasco, al democrático y al totalitario. De esa igualdad de represión a unos y otros han venido no pocos equívocos heredados en la época democrática. ¿Se acuerda usted de cuando nosotros, en el franquismo, llamábamos a los chicos de ETA valerosos luchadores por la libertad de Euskadi? Aquí hay para todos. Recuerde usted también que muchos de los hoy perseguidos por ETA colaboraron en publicaciones abertzales. Nadie tiene obligación de ser profeta, pero por lo menos hay que tener memoria.

P. Ya, pero usted no sitúa en su contexto las actitudes personales. En este año de 2008 se cumplen los 30 de la Constitución española, es decir, llevamos tres décadas de convivencia en un sistema democrático, nada que ver con los tiempos y las leyes de los de Franco, Carrero Blanco, Alonso Vega o Arias Navarro. Sin embargo, aún quedan ciudadanos que parecen no admitirlo.

R. Hay lugares en que la Constitución parece secuestrada por esos ciudadanos que dice usted. Pero la amenaza de ETA, con ser grave, enmascara otro hecho también grave: la desaparición en la Comunidad Vasca de los símbolos y actitudes comunes al resto de los españoles. Día a día, de forma aislada, pequeña, aparentemente irrelevante… pero continua. No es una opción libre, sino amparada por la intimidación. Al final se conseguirá aparentar que las cosas se rompieron por una decisión consciente y no es así. En realidad, lo que no se ha roto no haría falta pegarlo.

P. ¿En qué momento de la historia reciente de ETA se empieza a preparar la película?

R. El guión se empezó a escribir antes de la tregua. Se recopilaron escenas, nos asesoramos con José María Calleja… Luego, en el verano de 2006, llegó la tregua decretada por la banda terrorista. Pero no por eso se modificó el guión. Sí es verdad que algunas reflexiones del personaje de Xavier con su novia, que es psicóloga, versan sobre si es posible superar el miedo, olvidarlo, o no… Pasean por la playa de Ondarreta, un día soleado de otoño, y charlan sobre si será posible enterrar alguna vez el miedo, las amenazas, el horror. Y bromean sobre que los psiquiatras se dedican a desenterrar los recuerdos, y que hay recuerdos insoportables. Había esperanzas durante la negociación con ETA. Ahora, el miedo, la amenaza, la persecución, el asesinato han vuelto. Si la tregua no modificó el guión, tampoco lo hizo la ruptura de la tregua. Fíjese, cuando empezamos a rodar la película, esa misma mañana, me desayuné con la noticia de que ETA había robado un centenar de pistolas en Francia. Así que nadie, en el entorno en el que yo me movía en San Sebastián, se hizo muchas ilusiones sobre la clase de tregua en la que se vivía.

P. ¿Cómo se tomó la determinación de rodar en San Sebastián? ¿Tuvieron problemas al rodar en la Parte Vieja de la ciudad, lugar habitual de protestas?

R. Se pensó mucho si era conveniente rodar en el País Vasco o no. Al final, se optó por rodar allí. Debo decir que tuvimos toda clase de facilidades y que prácticamente no hubo incidentes. Un día, una manifestación por la liberación de De Juana Chaos atravesó el rodaje. Estábamos en la Parte Vieja, pero ellos estaban en lo suyo y nosotros en lo nuestro. Más terrible, la verdad, era encontrarte con verdaderos amenazados por las calles, con sus escoltas, en medio de la alegría de los bares y el bellísimo fondo del Cantábrico.

P. Según parece, hubo gente que se negó a participar en la película…R. Algunos establecimientos, algunas sociedades nos negaron los locales. Y algún actor me contestó diciendo: “Jo, Manolo, es que yo vivo aquí”. Sí, hay miedo.P. ¿Hubo rechazos por motivos políticos?

R. Algunos motivaron su rechazo en posiciones ideológicas: les parecía que la película justificaba las tesis del Partido Popular sobre la violencia. Pero no es mi intención enjuiciar la política de ningún partido. La política da muchos más bandazos que los relatos fílmicos o literarios. Tampoco es que yo quiera hacer películas sub specie aeternitatis, pero un argumento como el de Todos estamos invitados es inevitablemente dependiente del aquí y ahora.

P. Según eso, ¿hay distintas maneras de ver la película?

R. La película tiene una manera distinta de verse si se estrena con un atentado reciente, o si hay tregua, o si ha pasado determinada cosa. El cine tiene un valor simbólico innegable. Parece que todo está hecho adrede. O como respuesta a algo, aunque ese algo aún no hubiera ocurrido cuando se hacía la película.

P. La historia del etarra desmemoriado ¿de dónde sale?

R. Es una historia que me contó Juan Mari Bandrés hace tiempo. La verdad es que me pareció una historia irresistible: un militante de ETA que es herido en la cabeza mientras participa en un atentado y que, al recuperarse de sus heridas, no recuerda quién es. Unos le dicen que es un valeroso gudari, y otros un ciudadano normal y él no sabe a qué carta quedarse. Compañeros, madre, médicos le intentan arrastrar hacia un lado u otro, cada uno tira de él hacia la violencia militante o hacia la integración social. Curiosa historia, ¿verdad? Juan Mari Bandrés, al que yo conocía poco, había participado en el juicio al etarra amnésico. Dicho sea de paso, Juan Mari me trató muy amablemente, me invitó a su casa y me dio algunos datos. La verdad es que Bandrés me pareció un tipo formidable, aunque la historia real del etarra me la desmitificara un poco. No, claro, no utilizo el nombre verdadero del ex etarra. Por cierto, con el nombre que le puse al personaje, Josu Jon, me ocurrió una cosa pintoresca. Yo le puse el nombre de Josu Jon sólo porque me sonaba bien. Pues bueno, hubo muchas suspicacias respecto a que se llamara Josu Jon (como Imaz, ex presidente del PNV) y varias personas se mostraron recelosas de mis verdaderas intenciones. La paranoia está servida.

P. Explique la elección de Óscar Jaenada para el papel de Josu Jon.

R. Desde el principio pensé en Óscar para el papel del etarra. Simplemente porque me gusta mucho como actor. Óscar se metió muy dentro del personaje, como acostumbra. Fue a sitios, digamos, conflictivos, y se juntó con gente bastante… problemática. Llegué a sentir cierto temor por él. Un personaje de etarra no es como un personaje de camarero o de oficinista. En fin, un actor que arriesga siempre es digno de admiración.

P. Usted insiste en que el guión agrupa casos diversos, épocas diferentes, y me señala una y otra vez que en la película no se precisa una época determinada. ¿Por qué tomó este camino?

R. A veces, para pintar un rostro, o una escena, se distorsiona el espacio. El cine puede distorsionar el tiempo. En la película hay situaciones que no se suelen dar juntas. Pero ya ve, lo que creo que he conseguido es darle a todo un aire de pesadilla.

P. ¿Por eso en el filme figuran dos secuencias de sueños?

R. Que no se distinguen mucho de la realidad.

P. ¿Me puede decir algo del tema gastronómico? En la película hay varias comidas y cenas, y alguna termina en amenaza o asesinato.

R. Eso, en cambio, hay que apuntarlo en el lado realista de la película. Algún asesinato se ha producido al entrar o salir de un restaurante o bar de pinchos. Nuestro cocinero fue Xavi Gutiérrez y la preparación de los platos, real como la cocina misma. Por cierto, estaban muy buenos. La gastronomía es casi como una religión en el País Vasco, y ya sabe usted que la religión y la muerte siempre están muy cerca. Pero, en fin, esperemos que llegue un día en que la sombra de la pistola no se proyecte sobre el plato de txangurro.