FÉLIX FERNÁNDEZ DE CASTRO, DIRECTOR DE “MARÍA Y YO”, HABLA SOBRE COMO NACIÓ ESTE DOCUMENTAL

En el mes de julio de 2008 leí por casualidad una reseña de “María y yo” en la prensa. Yo ya conocía a Gallardo desde la década de los 80, cuando era
colaborador habitual de El Víbora, revista de cabecera del cómic de mayor
calidad hecho en España en la que había creado personajes que rápidamente
se convirtieron en punto de referencia de toda una generación de lectores,
como Makoki, Buitre Buitaker, Perico Carambola y otros.

Además de su gran talento para dotar de una personalidad atractiva a todos
esos personajes, creo que la gran habilidad de Gallardo consistió sobre todo en volcar en sus historietas un montón de experiencias comunes que de una
forma u otra estábamos compartiendo la gente de entre veinte y treinta años
que vivía en España: las drogas, las tribus urbanas, la movida, incluso el
cambio político que empezaba apenas a consolidarse en España.

Después de todo aquello, y con un brevísimo paréntesis durante el cual llegué a conocerle personalmente (Gallardo ya era, a todo esto, más ilustrador que dibujante de cómics), le perdí la pista.

Algunos años más tarde leí de una sentada “María y yo” en un avión de Madrid a Menorca. La verdadera y conmovedora aventura de un padre y su hija en busca de una forma de comunicarse y relacionarse contada con todo ese amor, humor y humanidad me atrapó inmediatamente. Y me pareció que María y yo era una historia que merecía la pena ser contada en una película: Algunas veces, el comic se me aparecía directamente como un shooting board de algunas escenas. Pero siempre me sugería ideas nuevas, desarrollos posibles de otras secuencias o de las que ya se incluían en la historia.

También me sorprendió de que, casi sin darme cuenta, me había divertido
leyendo una historia sobre una discapacidad. Para mí, éste es tal vez el mayor logro del comic de Gallardo. Una paradoja que no solo no me pasó inadvertida, sino que además se convirtió en un objetivo, casi en una fijación: la película tenía que tener ese mismo tono, ese mismo registro. Tenía que ser capaz de divertir, conmover y sorprender al espectador de la misma forma que lo hacía el libro.

Probablemente también influyó en mi implicación con la historia de Miguel y
María el hecho de encontrarme en ese momento concreto en las mismas
circunstancias que el personaje del libro, volando entre el continente y una isla para encontrarme con mis hijos. O el hecho de que, como Gallardo, ahora también sé lo que significa ser padre, y también como él, padre de una niña con la que no vivo siempre, y tal vez eso me haga, como a tantísimos otros padres en nuestra misma situación, un lector más empático, más solidario, con algunas de las situaciones y los estados de ánimo que destila el libro.

Pero “María y yo” es mucho más que eso: también es una crónica original y
sincera sobre la tarea colosal que supone convivir con una discapacidad, las
grandes dificultades, los pequeños logros, la frustración, las satisfacciones.

Con todo, y a pesar de la gran distancia que separa a la mayoría de la gente de
todas esas experiencias, el humor y el tono justo y cercano de la narración
consiguen una y otra vez que las sintamos como propias.

Me consta que Miguel ha recibido, a veces en plena calle, agradecimientos,
felicitaciones anónimas por haber escrito el libro.

A lo mejor es porque, como me sucedió a mí, mucha gente siente que la
historia de María y Miguel es también, un poco, su historia.

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