CRÍTICA DE “UNA PISTOLA EN CADA MANO”. EL CINE QUE SE NOS VA.

Cine del bueno. De autor, con la marca España y una sensación de calidad.

De ese que crea una buena imagen, que contenta a los cinéfilos y que jamás podría ser cuestionado por los “enemigos del cine español”

Al ver este magnífico trabajo te recorre por el cuerpo una desalentadora sensación de que estamos ante algo en peligro de extinción. Un tipo de cine sin cabida en el actual contexto de descrédito social y desapego político.
Ya no es suficiente con hacer buen cine.

Para mí ésta es una obra intangible. Eterna. Como amante del cine español me descubro, me quito el sombrero, me pongo de rodillas y ejerzo todas y cuantas metáforas existan para este deleite de interpretaciones, de historias cotidianas. De diálogos.

Pero sobre todo, es una película de actores. Cada uno inmenso en su representación del patetismo masculino. Todos parecen contagiados de ese ambiente de talento y actúan con una naturalidad pasmosa.

El diseño de cada uno de los personajes, así como sus diálogos, están llenos de sutilezas. Muchas de ellas las descubrí en un segundo visionado, que me dejó más satisfecho si cabe que la primera vez que vi “Una pistola en cada mano”.

Ese fracasado Eduard Fernández y su gato; el patético cornudo Ricardo Darín soltando “ya la he perdonado, ¿por qué somos tan egoístas?”; o Jordi Mollá y Alberto San Juan, dos amigos que de pronto descubren lo desconocidos que son el uno del otro.
Javier Cámara, Leonardo Sbaraglia…¿con qué historia quedarse? ¡Si hasta Eduardo Noriega está espléndido!

Los cuatro personajes femeninos –Clara Segura, Leonor Watling, Candela Peña y Cayetana Guillem Cuervo– también brillan y son como un soplo de aire fresco.

Cesc Gay ridiculiza al género masculino con una inteligencia a años luz de la obviedad de Icíar Bollaín.

La película fue el feel good de la taquilla durante todo su recorrido, obligando a la distribuidora a ampliar las escasas 55 salas en las que estrenó y desatando un fenómeno boca a boca entre el público como hacía tiempo que no se veía. Todo ello pese a una nula inversión publicitaria.

Logró recaudar unos impensables 1,7 millones de euros, que podrían haber sido más si la Academia hubiera apostado por ella en la última edición de los Goyas, como merecía.

Aun así, Candela Peña sorprendió llevándose el premio a mejor actriz secundaria. Galardón merecido por agarrar un pequeño papel – caramelo, saborearlo intensamente y lucirse con esa oficinista picante, divertida y muy, muy cabrona.

PUNTUACIÓN: 9